Como madre y educadora una de las frases que menos me gusta escuchar es cuando un niño/a dice: ¡No puedo! En esas ocasiones, en que se hace presente, me planteo qué es lo que estamos haciendo mal. No tengo clara la respuesta, pero, algo tiene que ser puesto que los niños están llenos de posibilidades y si no somos capaces de transmitirles que pueden conseguir todos los retos que se les presenten… en algo estamos fallando.
Cuando alguno de mis hijos dice: Mamá, ¡No puedo sacar buena nota en lengua!, ¡No puedo hacer eso! o ¡No me sale bien!, me llevan los demonios. Y esto me ocurre por dos motivos principalmente, por un lado, soy consciente de que no creen en sus posibilidades y, por otro, mi papel como madre no ha sido del todo bueno. Después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que tiene mucho que ver con la aceptación del error. Hablamos mucho del error, de su valor educativo, de lo que puede llegar a aportar un error; pero a la hora de la verdad a ninguno de nosotros nos gusta cometerlos. Y, ese es el ejemplo que damos a nuestros hijos, les decimos que no pasa nada por cometer errores y, nosotros nos “castigamos” por cometerlos.

Serres Editorial
Para trabajar el “¡No puedo!” con mis hijos o mis alumnos me gusta contarles el cuento “Casi” de Peter H. Reynolds. En una familia de tres hermanos a Ramón, el hermano mediano, le gusta mucho pintar, pero «casi» lo abandona cuando León, su hermano mayor, le dice que sus dibujos son muy malos y comienza a pensar que no hace nada bien. La intervención de Leonor, su hermana pequeña, y la valoración que hace de los dibujos de su hermano permitirá que recupere la confianza en sí mismo. (No puedo desvelaros más la historia, lo entendéis, ¿verdad?)
Esto es lo que nos hace falta a todos, en algunas ocasiones, mirar con otro punto de vista todas las cosas que hacemos o mirarnos con los ojos de otros. Tal vez, todo eso que pensamos que no está bien, está mucho mejor de lo que nosotros creemos.
Intentando mejorar en mi papel como madre cuando vivimos esta situación en casa, siempre, recuerdo a mis hijos que pueden conseguir hacer lo que se propongan – están llenos de posibilidades- y, para no quedarme en simple palabrería recapitulamos sobre otras ocasiones en las que sí lo lograron.
Cuando descubrí este libro mis hijos, Luis y Alejandro, ya eran bastante mayores – hace tiempo que dejé de contarles cuentos- pero de vez en cuando les pido que se lo lean a Ana. De esta forma consigo al menos dos cosas, por un lado que lean cuentos a su hermana pequeña haciendo más especial la relación que ya tienen con ella y, por otro, que algo de lo que leen se quede en su cabeza de tal manera que ponemos una semilla que poco a poco y con constancia conseguirá brotar.
Ahora que no nos oye nadie, os voy a confesar un pequeño secreto: de vez en cuando yo también me leo este cuento para mí, para recordarme que «casi» hago bien las cosas. A mi niña interior le viene francamente bien.
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