Lo que estoy viviendo estos días me ha llevado a pensar que la vida nos ha dado una bofetada con la mano bien abierta (no sé si es políticamente correcto expresarlo así, no se me ocurre otra forma). Estamos en una situación que nunca hubiéramos imaginado. Yo soy una privilegiada, estoy acompañada, tengo una casa cómoda y, por encima de todo, nos encontramos bien. Todo esto no quita que no sufra por los mayores y los míos a los que quiero y que, ahora, no puedo ver ni abrazar.

Por esta situación, he vuelto a leer el cuento “Las gafas de ver” de la gran Margarita del Mazo e ilustrado por Guridi. Lo publicó Ediciones La fragatina en 2013, Ana y yo nos hicimos con él en la Feria del Libro de Madrid de hace un par de años.
La historia que en él se cuenta me ha recordado tannnntoooo a estos días. Carlitos es su protagonista y cuando va al cole solo tiene ojos para Inés que como pasa, casi siempre, ni siquiera sabe que existe. Carlitos intenta por todos los medios y con diferentes estrategias que Inés le haga caso, cosa que no consigue. Pero, habrá algo que consiga que se de cuenta de que ha puesto su atención en algo que no lo merecía. Más o menos lo que nos ha pasado a nosotros, nos hemos quedado en casa y hemos empezado a valorar como se merece lo que tenemos, los que nos rodean y reencontrarnos con nosotros mismos. Me gusta mucho, mucho como está editado el libro, la tipografía y las ilustraciones que, aunque parecen sencillas tienen mucho peso a la hora de convertir la historia en lo que es. Ana y yo tuvimos la gran suerte de que nos lo dedicasen sus autores y tal y como dice la dedicatoria yo «me voy con Ana» (jaja, más bien estoy con Ana).

Venga… que cada vez nos queda menos. Ahora que me he puesto las gafas de ver, yo al menos, espero que todo esto acabe para reencontrarme con la gente que quiero con “mi gran familia”: mis amigos, mis “niños” y sus familias, mis compañeras de trabajo y, por supuesto, mi familia. Lo que realmente quiero es reír a carcajadas y escuchar a los que me rodean reír igual. Algo estoy aprendiendo con todo esto: a relativizar mis problemas, evidentemente como son míos son importantes, aunque igual de evidente es que no son tan importantes, a disfrutar de los momentos, con la risa de mis hijos. Al final, es volver a la bendita rutina dando a cada cosa su justa importancia.
No hay comentarios aún.