Tal vez porque hace poco cumplí años, y me ha dado por replantearme un montón de cosas, se me hace más presente la idea de que cuando vamos haciéndonos mayores perdemos la asombrosa capacidad de maravillarnos con lo que nos rodea y preguntar por casi todo. Esa disposición innata de sorprendernos y disfrutar con cosas pequeñas, con momentos que crean recuerdos tal y como hacen los niños que tenemos alrededor.

Por eso, en estos días inciertos (que redonda queda esa expresión) me ha venido a la cabeza este cuento “Pájaros en la cabeza” de Rocío Araya, publicado por Litera libros. El escenario es el habitual para nuestros niños, aunque no en estos días, la escuela. Su protagonista una niña que se hace preguntas verdaderamente interesantes sobre lo que le rodea y sobre la manera en la que actúan los que forman parte de su vida. Preguntas que no siempre es importante contestar, pero si escuchar y atender porque para ellos son valiosas y nos dan muchas pistas sobre sus intereses y preocupaciones. Me gusta, porque ayuda a pensar que, a veces, cuando nos hacemos adultos perdemos esa capacidad innata de disfrutar con las pequeñas cosas (esas que yo reivindico tanto). Y, que estaría bien que aprendiéramos más de esos locos bajitos que nos rodean y que, al menos a mí, me enseñan algo día tras día. Una de sus enseñanzas, que más me ha calado, es la de disfrutar de la vida de forma intensa, en la alegría y en la tristeza, reír y llorar mucho para sacar todo fuera. Las emociones son adaptativas y, todas, buenas. Ahora que vivimos una situación tan, tan rara es una ocasión estupenda para ocuparnos de nuestras emociones y de las que experimentan los que nos rodean.
Que conste que mi niña interior está muy a flor de piel lo que me lleva a preguntas diminutas, curiosas y, en algunos casos, incontestables. Y que me maravillo con las pequeñas cosas de la vida: el sonido de los pájaros al amanecer, la sonrisa de mi hija, la música que me emociona, las flores que poco a poco van creciendo en el jardín, en el campo. También, intento disfrutar de esta primavera rara en tiempos extraños. Pero, por encima de todo cuido a los pájaros de mi cabeza, no quiero cortar el hilo invisible que me une a mi infancia, a la de mis hijos, a la de mis alumnos. Los hilos tienen dos extremos, algún día serán “mis niños” los que estén en mi lado.
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